Game, set, match Guido Andreozzi, dijo el juez de silla en la final del Future de Curitiba, Brasil. El porteño se llevaba su segundo torneo del año en una de sus mejores actuaciones de su carrera. Pero no sabía que ese día iba a terminar siendo uno de los más largos de su vida. El partido terminó a las cuatro de la tarde y su vuelo a Buenos Aires salía 6.30. Había llevado los bolsos al club y cuando terminó el partido, se pegó una ducha rápida y se fue al aeropuerto.
Llegó perfecto, tomó el vuelo de Curitiba a San Pablo y cuando esperaba para salir a Buenos Aires, una voz en español decía:
-Lan Chile anuncia que el vuelo 4545 con destino a Buenos Aires, programado a las 18:45, ha sido cancelado debido a las condiciones climáticas en el aeropuerto de Ezeiza y aeroparque- anunció con voz grave y entrecortada una empleada de la empresa.
En ese preciso instante, como si las sillas tuvieran resortes, una decena de pasajeros se abalanzaron contra los mostradores de la puerta 14 del aeropuerto internacional de San Pablo. La pequeña sala de espera estaba llena, el aire caliente, se veían barbas desparejas y aromas de varios días de mucha espera y poco cambio de ropa. Algunos, más nerviosos que otros, se resignaron a mantener sus lugares. Una pareja de uruguayos que jugaba en el piso con su hija pequeña, solo preguntó porque no los mandaban a Montevideo ya que en Buenos Aires no se podía aterrizar, pero las cenizas del volcán Puyehue también habían cruzado el Río de la Plata.
Había quienes llevaban más de cuatro días esperando y fueron los que se ensañaron contra los pobres empleados que estaban detrás de los mostradores. “Me importa un carajo que se haya cancelado el vuelo, yo mañana tengo que estar trabajando en Buenos Aires, llevo cuatro días acá y dijeron que hoy salían”, gritaba un hombre gordo y bajito mientras se cruzaba del otro lado del mostrador para intentar agarrar del cuello a un funcionario.
Para sorpresa de todos, cuando Guido se disponía a retirar los equipajes para ir al hotel que contrató la empresa y más de uno, reencontrarse con la ducha que tenía esquiva hace algunos días, anuncian en la misma puerta que el vuelo había sido reprogramado. El nuevo horario era dos horas más tarde pero con destino a la ciudad de Córdoba, el único aeropuerto abierto cercano a Buenos Aires. Guido parecía estar en su mundo, con su música, la copa en el raquetero y sabiendo que la vuelta, estaba cada vez más cerca. Otra vez se escuchan murmullos y las preguntas en el ya famoso mostrador 14, donde los empleados con su mejor cara, nos informaron de que una vez que lleguen a Córdoba, la empresa tenía preparados micros para trasladarnos hacia Buenos Aires.
Tres horas después, las mismas caras que en San Pablo estaban transformadas por la ira, ahora estaban en suelo argentino un poco más calmas y en tierra cordobesa. Pero todavía faltaba aún. Debido a que los aviones que venían de Europa ya estaban en vuelo, los desviaron todos a Córdoba, así que hubo que esperar cerca de dos horas arriba del avión hasta poder hacer migraciones.
Ya le quedaba poco para estar en casa. Cerca de las 5.30 AM partieron los micros. Última fila en la parte de arriba para el porteño. Ventana, y atrás, el baño todavía sin olor. Tres filas adelante, el mismo gordo bajito que maldecía en Brasil, roncaba y todavía no había salido el micro. Había equipaje hasta en los pasillos y un olor a tierra que denotaba que los micros no se usaban hace mucho, pero lo importante fue que llegaron a destino. Por suerte no surgió ningún imprevisto y cerca de las tres de la tarde, con el tránsito habitual de Buenos Aires, Guido Andreozzi terminó su odisea. En 24 horas, tres le llevaron ganar un torneo, y las otras 21 hacer el viaje más largo de su vida.
Correcciones:
ResponderEliminarBuena crónica. Bien por las descripciones y el ritmo narrativo.
Releer siempre. Ojo con las repeticiones.